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Aguablanca.

Onomatopeyas cruzar el viento y parten en dos las frescas de los árboles.

Onomatopeyas calientes dejan estelas azules al silbar cerca de los oídos dando respiros profundos al alma.

Onomatopeyas seguidas, onomatopeyas en ráfaga.

Corre por lo suyo,

sol brillante.

Entra y sale de su casa como onomatopeya,

¡Chack-chack!... su AK-47.

Cose en Zig-zag la calle de tierra y abandono.

Torso inclinado, su oscura piel no le sirve de camuflaje,

que orgulloso se siente pensando en lo que dirán sus amigos, piernas abajo moviéndose rápido. Su torso siempre inclinado, el barril de su fusil de asalto dibujando sus zancadas en el piso. Se siente en película.

¡A la camioneta!... Voy detrás.

¡Pum-pum!: dos golpes a las latas, señal de irse.

Acostados en el bolco y la camioneta rugiendo: el barrio más lejos.

La quebrada a la derecha está estancada por las basuras de años en el olvido: ya no se escuchan sus sonidos de vida.

Hoy no pasa nada, sólo son más onomatopeyas… como todos los días.

Con cada salto la tierra de nadie más y más lejos. Nos alejamos de un mundo de onomatopeyas que despegan los dedos de los oídos como vendas de los ojos, tantos años escuchando y las onomatopeyas no me habían hablado al oídos ¿Qué le dicen a aquellos que las escuchan a diario?, aquellos para los que los sonidos de vida son irreconocibles, confusos o inexistentes; aquellos a los que le susurran muerte si abre los ojos o despega los dedos de los oídos.

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