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Gabo y el caribe.

[Esta entrada ha sido publicada en impreso por la Gaceta Literaria. 2017]

Una buena novela es aquella que usa una historia como excusa para hacer un estudio profundo del hombre, sus sentimientos y su cultura. No se interesó Hemingway en estudiar la vida de un viejo y un joven en la mar; una historia de pesca se convirtió entonces en el medio ideal para estudiar el caribe, a Cuba, la amistad y la fe.

A Gabo, como a Hemingway, la vocación periodística los dotó de una honestidad y una cercanía con la realidad que les permitió primero entender su entorno para reinventarlo en la literatura. No fue deshonesto García cuando describió un hombre con alas enormes cuya existencia no ha comprobado la ciencia, en la media que lo verdaderamente importante es la realidad que hay detrás de la magia. ¿Cómo vislumbrar qué hay debajo del iceberg?... a través de la pregunta “¿Qué quiere desvelar el autor?”, total, es una pregunta a la que nos debe llevar todas las obras de arte.

Gabo fue un gran estudioso del caribe colombiano, porque si bien no fue autor de atlas o reseñas históricas, dedicó su vida a contar el mundo que vio crecer mientras crecía, y a reconstruir el que no pudo vivir: Los negros recién traídos -primero a Cuba para aclimatarlos y reproducirlos, luego- a América como esclavos, los viajes sin brújula de las primeras familias que tomaron la iniciativa de poblar las indomables tierras colombianas, los primeros gitanos que llegaron a cautivar desprevenidas mentes inquietas con la música de cuerdas, el imán y las especias que le daban sazón al buen vivir (por la costa empieza el mundo)...

Creo que el trabajo difícil de Gabo no estuvo en encontrar historias para mostrar este mundo salvaje de frutas exóticas y culebreros, pues en colombia las historias se mueren de hambre, viajan en acordeones con una nota falseada, reman chalupas, comen “chipi-chipi” y se mezclaron con historias que bajaron de carabelas. El verdadero trabajo del escritor que osó contar la historia del caribe colombiano, estuvo en hacer creíble esa realidad que a los ojos de un asiático parecerá más salida de un estado alterado por el ron que de la cultura de Aracataca. Para entender un costeño no basta con conocer un costeño… hay que dormir en hamaca, “mamar ron” y escuchar el llamado de un alegre y una gaita hembra o macho; bien lo dijo García en su ensayo Fantasía y creación artística en América Latina y el Caribe: “En América Latina y el Caribe los artistas han tenido que inventar muy poco, y tal vez su problema ha sido el contrario: hacer creíble su realidad” (1979).

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