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Epistolar al voluntario techero.

A quien pueda interesarle.

Dónde va mi gente con la lluvia. Y sus esperanzas que nunca mueren ¿Su corazón dónde está? Dónde está el progreso que acompaña el mundo, dónde el niño juega y cuando juegue ¿Qué comerá?

Porqué riscos caminas, porqué calles, porqué aceras, dónde están tus libros ¿Dónde tus pasos largos, dónde tu corazón te llevará? Me atrevo hoy en esta carta a adivinar:

El corazón del voluntario es un corazón que se comparte, desaparece el corazón individual para convertirse en un retazo de personalidades diversas, allí radica su fuerza: desaparecen su corazón, dejan atrás amores, apegos y comodidades para gritarle al mundo ¡Aquí estoy enfrentándote porque me indignas! Estoy aquí porque no me creo esta imagen de mundo que nos han enseñado. Yo creo en un mundo sin pobreza, donde la justicia prime sobre el hambre y sobre todo aquel que quiera enriquecerse con el único fin de conseguir capital para seguir enriqueciéndose, ganancias que reinvertirá y las meterá en una presa sin desagües, presa formadas por familias que no entienden esa idea “de progreso” que los rige, ese imaginario que domina mayoritariamente las empresas que la productividad en un negocio es inversamente proporcional a la satisfacción personal y familiar de sus empleados. Una presa edificada en un mundo que no puede soportar tanto peso, de tanto dinero, de tanta injusticia.

Decir que la pobreza no se puede superar es como haber pensado que el trafico de negros en galeones duraría para siempre, o que la emancipación americana de España nunca llegaría.

Después de dormir tu mundo sigue siendo igual; pero después de soñar, después de soñar el mundo lo quieres diferente… Imagínate si todos tuviéramos el mismo sueño. No mi sueño, no tu sueño: NUESTRO SUEÑO.

Hoy les escribo a ustedes para agradecerles por no quedarse soñando sino por pararse y acercar la utopía a la realidad. Gracias por creer en este sueño, NUESTRO SUEÑO de una América Latina sin pobreza, una America justa; y por qué no, un planeta verdaderamente para todos. Los invito, como me invito a diario a convencerme que la mejor manera de hacerlo es pararnos frente al mundo y gritarle lo que vimos, lo que sentimos, la indignación que, personalmente en mí amarra un llanto largo y profundo. Hay que seguir invitando a “muchos ciegos” -que tienen la ciudad reducida a 4 ó 5 puntos cardinales seguros, perfectamente limpios: domos- que salgan de su realidad y conozcan de primera mano la extremapobreza y la falta de oportunidades de millones de familias. Hay que quitarle la venda a quienes quieran ver y derrumbarle todos esos muros que no los dejan sentir más allá de comentarios como: “es que son pobres porque son perezosos” (ya todos nosotros hemos visto que tan duro trabajan por salir adelante y que tantas oportunidades les niega el mundo).

Entiendo que un módulo habitacional de emergencia no es una solución definitiva, pero la reflexión es: ¿Ya se vio esa vivienda más allá de lo físico y estructural?

De un Voluntario de Techo, para mi país.

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