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Estudio sobre El Cambio

Nos da miedo el cambio, desde siempre nos ha asustado. Antes de Grecia y Roma, las primeras fratrías se resistieron a que el extranjero conociera sus rituales, los extranjeros no eran considerados ciudadanos porque tenían costumbres diferentes, eso retrasó el contacto con el mundo, retrasó el abrirse, y al final, la expansión fue un tema casi obligado por el comercio, habría que juntarse para intercambiar comida y telas, y además conocer mujeres.

Ya para el siglo XVI, los misioneros y militares españoles en la conquista de América escribían a destinatarios en Europa describiendo a los nativos como bestias de una promiscuidad pavorosa, no obstante, los primeros marineros que llegaron a tierras Americanas fueron ladrones y violadores conseguidos en prostíbulos y prisiones.

Estamos apegados a lo cercano y rechazamos lo nuevo, no como un acto para evitar que se muera la memoria, sino como una barrera al progreso, al cambio. El maestro Colombiano Germán Arciniegas lo explicaba así en uno de sus libros: “Lo blanco es nuestro, lo Malo es vuestro... Y así, lo que gramaticalmente no es sino un cambio de pronombre tiene sin embargo el sentido de una frontera”.

En Colombia, puntualmente, se ha satanizado y extinguido los sindicatos, se ha perseguido la oposición y los periodistas con órganos de seguridad estatal, se han asesinado humoristas por ser críticos, todo esto en un afán de mantener el Status Quo. Y que le duela al que le tenga que doler, y que critique el que tenga que criticar, pero como dijo William Ospina ¡Aquí siempre han gobernado los mismos! (A Uribe, sangre nueva en la política se le dió la oportunidad en su momento, ya cada quien juzgará la oportunidad) Se necesita algo nuevo en el mundo y no puede ser radicalismos absurdos pintados de izquierda o de derecha, de azul, de rojo o de amarillo.

El tema de discusión actual en Colombia son los diálogos del gobierno con las FARC, y sólo basta mirar como los pantalones se humedecen de una substancia amarilla porque en "el país del sagrado corazón", un país de bien, <los colombianos no somos violentos de ninguna manera, ¡Ah-ah! no agarramos a puñetones a los clientes de los supermercados, no gritamos como locos por las ventanillas de nuestros autos, ni le tiramos la motocicleta encima a los ciclistas>. Aquí, en el país del Divino Niño exclusivamente nos matamos por el azul del millitos lindo, por el rojo, por el verde, morado, magenta, aguamarina, café...

A diferencia de esos terroristas en las selvas, nosotros, las personas de bien, aprendimos a matarnos simpáticamente con unos ‘chorri- tos’ antes de conducir; sino, igual nos iba a matar el hambre o “un paseo millonario”, es cierto, en este país es un milagro estar vivos, si luchas por la justicia te matan y si no luchas te mueres, el país de la muerte porque sí. Un panorama que parece ser de tendencia mundial, pero, prevalece la idea que todo está bien mientras haya vino en la despensa, circo en la televisión y la guerra lejos del colegio de nuestros hijos y del centro comercial.

Personalmente creo que desde las descripciones de los españoles sobre los nativos americanos, a la actualidad, donde en un país está prohibido el matrimonio homosexual (apoyado por la procuraduría, un órgano que debe velar por que no se vulneren los derechos de los ciudadanos) no hay mucho avance en la materia. En un mundo donde es cada vez más difícil vivir, qué de malo tiene el decidir que los ideales de una persona no son los hijos; qué de malo tiene la mujer que se cansó de los golpes de un hombre y decidió compartir el amor con otra mujer. Y qué pasa si dejamos hablar el guerrillero, y qué si le damos la oportunidad de no usar más el terror para ser escuchado. Y qué pasa si desmitificamos el estudiante de la universidad pública y nos preguntamos por qué protesta, qué cambios quiere... y qué... y qué... ¿Y qué si el cambio?

Podríamos decir que las sociedades que progresan son las que ven en el cambio una oportunidad, no una amenaza.

El paso de la guerra a la paz no está en una firma, ni en un gobierno de uno u otro candidato, el primer paso para solucionar los problemas de nuestra sociedad está en trabajar en nosotros como ciudadanos, eso significa aprender a mirar el habitante de calle como un igual, escuchar con crítica y respeto al estudiante, tendremos que aprender a rechazar la violencia intrafamiliar, valorar al profesor más que al contador de las empresas, tendremos que despertar la curiosidad por el saber. Para que esto se logre, el ciudadano, tiene que tener unas condiciones mínimas de confort que le permitan trabajar en sí y educar su familia, esto incluye salarios dignos, oportunidad y educación para el emprendimiento, jornadas laborales estándares no mayores a 6 horas, educación gratuita, imparcial y de calidad. En resumen, las sociedades necesitan mejores ciudadanos para tener mejores gobernantes que velen por el destino de los mismos ciudadanos.

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